Lo vivido se transforma rápidamente en algo que apenas se recuerda pues se vivió sin estar presente.
–Los años pasan cada vez más rápido- dijo una de mis compañeras de trabajo mientras charlábamos amistosamente.
Todas estaban de acuerdo en que la percepción de los años de la infancia habían sido mucho extensa de lo que lo eran ahora. Un verano de la infancia equivalía por lo menos a cinco en nuestra percepción actual del tiempo.
Y es que crecer nos arrebata la sustancia de la vida: el tiempo.
Al crecer nos llenamos de miedos que nos vetan el acceso al momento presente.
Los niños, al menos los de hace treinta años cuando la tecnología aún no les había robado el preciado tesoro, vivían inmersos en el ahora.
-El tiempo está en la mente- exclamé y un montón de miradas excépticas se dirigieron hacia mi.
El tiempo cronológico es mesurable pero la percepción del tiempo es subjetiva, está en la mente de cada cual.
Cuando crecemos nos vamos llenando de pasado y de futuro y nos vamos vaciamos de la esencia del presente, el cual se vuelve cada vez más inaccesible.
La vida corre vertiginosa; tareas, objetos, mundos virtuales, pensamientos, palabras y más palabras…hasta que los espacios en blanco para respirar escasean. Se hace difícil simplemente estar aquí, sentir…
La vida pasa presurosa año tras año, casi sin darnos tiempo a oler la primavera, disfrutar del verano o ver caer las hojas del otoño. De nuevo y sin apenas darnos cuenta ha pasado un año más.
Vivimos al vuelo y lo vivido se convierte precipitadamente en polvo, en algo que apenas se recuerda pues se vivió sin estar presente.
Los recuerdos y las sensaciones vividas en la infancia siguen intactos, sin embargo apenas recordamos las que vivimos ayer.
La aventura interminable de la infancia se vivía en presente; los veranos yendo en bicicleta y comiendo helados gigantes de frambuesa eran perennes.
Para volver a percibir el tiempo como lo hacen los niños e insuflar más oxígeno en nuestra vida tenemos que vaciarnos del spam mental y darnos más espacio para escucharnos, para curiosear la vida sin objetivo, para degustar las cosas.
Nuestro tiempo es limitado, tenemos que priorizar; dejar a un lado las conversaciones y actividades banales e improductivas o directamente tóxicas; los wassaps o las redes tienen su tiempo pero debemos saber sus límites.
Con la mente vacía te volverás como un niño y podrás volver a disfrutar como hacías en la infancia con los roscos de la abuela o los baños interminables en la piscina.
El goce de las pequeñas cosas te enseña a vaciar tu mente, a respirar pausado, a quedarte en el instante, a distinguir las texturas de los días y a olvidarte un poco del verbo conseguir.
Deberíamos tener un miedo atroz a que la vida se nos escurra entre los dedos, sin embargo esto no parece importarnos demasiado.
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Un cálido abrazo,
Maite Bayona
Pd: ¿ A ti también te da la sensación de que los veranos de la infancia eran más largos? ¿ Cuáles son tus sensaciones respecto al tiempo? ¿ Sientes que la vida cada vez va más rápida? Muchas gracias por aportar valor dejando tu comentario o experiencia más abajo ;-))
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